lunes, 14 de junio de 2010

Nacimiento de Antonio Maceo 1845

Hoy se cumple un año más del nacimiento del rebelde Antonio Maceo. Le hacemos su merecido homenaja con una nota biográfica y un texto de José Martí. VIVA LA LIBERTAD. VIVA MACEO.

Antonio Maceo, conocido como “El Titán de Bronce”, nació en una zona rural de Santiago de Cuba el 14 de junio de 1845.

Fue hijo de la cubana Mariana Grajales y de Marcos Maceo, un mulato de origen venezolano. Cuando Maceo nació, España dominaba con mano de hierro a la mayor de las islas del Mar Caribe. La esclavitud era el sistema reinante en la isla y los maltratos eran recibidos por toda la población las veinticuatro horas del día.

Esteban Roldán escribirá hacia 1940, las siguientes palabras sobre el gran Antonio Maceo:

“Nació en Santiago de Cuba el 14 de julio de 1845 y cayó sobre el campo de batalla, en plena apoteosis de gloria y de bravura, el 7 de diciembre de 1896, en la acción de San Pedro, en el lugar conocido por Punta Brava.

Huelga detallar sus actos de bravura y sus gestos de guerra. Maceo lleno con su nombre toda lo epopeya libertadora, desde los inicios de la del 68 hasta 1896. Y más que todo ello: Maceo es la guerra. En él se resume toda la grandeza y excelsis del caudillo militar iberoamericano, pero supera a esos caudillos por la sublimidad de su disciplina y de su jerarquía. Su enorme prestigio y su caudillismo auténtico no los utiliza un solo momento para su beneficio o preponderancia personal, sino a la mejor gloria de Cuba y para ello supedita consciente todo a la jerarquía establecida por el poder civil de la República en armas.

No se ha rebelado jamás ni ha realizado su capricho personal. No toma el primer lugar en la dirección o conducción de la guerra aun cuando ocupe el primer puesto en la acción y el peligro. Máximo Gómez ha sido designado general en jefe. A Antonio Maceo esto no le quita sueño ni se siente mortificado. Al contrario, hasta el día de su muerte será su directo y primer colaborador y junto a él, en prueba de su rendida disciplina, llevará de ayudante al hijo del jefe que la República le ha dado.

Y es que Maceo es el perfecto revolucionario y auténticamente revolucionario por su conducta y por su lucha. Viene de abajo, de tan abajo que no ha tenido tiempo de hacerse de una cultura, porque desde muy joven ha vivido dentro del seno ardiente de la guerra, pero le sobra intuición para representar su papel con genialidad indiscutible.

Maceo nos ha demostrado que no es el lugar en que la sociedad o los acontecimientos nos colocan lo que da lustre, sino la obra personal, las obras de la conducta.

En cualquier lugar que nos depare el destino, por secundario que parezca, puede hacerse figura “de primero”, siempre que haya en cada uno de nosotros las capacidades y calidades de “primera figura”. Y esto lo intuyó Maceo y siguió en su puesto… y la posteridad y el sentir nacional de este pueblo y de los historiadores lo colocan, sin necesidad ni intención de quitarle prestigios a ninguno, en el primer lugar. Maceo, dice el pueblo, y es Maceo.

“Durante la tregua ha intentado una y mil veces reanudar la revolución. Los hombres no escucharon sus insinuaciones y tuvo que volver al destierro. Y cuando Martí la organizo y la prepara y la desencadena para lanzarla sobre Cuba y arrancar a ésta definitivamente de su esclavitud, Maceo no pregunta dónde lo van a colocar ni le pone reparos: viene a la guerra a ocupar el lugar que le hayan designado.

Y con ardor y amor y con lealtad y disciplina realiza el “imposible” de la invasión. Maceo no ha visto con sus ojos de carne el triunfo de la Revolución, pero él sabe y siente que la Revolución es ya un hecho por él y por ese puñado anónimo de hijos del pueblo que le han seguido; sabe que España ha sido vencida en su honor militar y en su orgullo impenitente. Su misión está cumplida; por eso murió, no prematuramente como alguien dice en sensiblera lamentación, sino a tiempo y nimbado por la aureola de sus hazañas y sin tener que soportar las miserias y apostasías que en el decurso de la dominación yanqui y de la vida republicana han entristecido a tantos libertadores insignes o corrompido a tantos combatientes de alma débil.”

Escrito por José Martí en 1893 después de un viaje a Jamaica, donde visitó a la madre y a la esposa del general Maceo.

De la madre, más que del padre, viene el hijo, y es gran desdicha deber el cuerpo a gente floja; pero Maceo fue feliz, porque vino de león y de leona. Ya está muriéndose Mariana Grajales, la madre, la viejecita gloriosa en el extranjero, y todavía tiene manos de niña para acariciar a quien la habla de la patria. Levanta la cabeza arrugada, con un pañuelo que parece corona. Y uno no sabe por qué, pero se le besa la mano. A la cabecera de su nieto enfermo, habla la anciana de las peleas de sus hijos, de sus terrores, de sus alegrías. Acurrucada en un agujero de la tierra pasó horas mortales, mientras que a su alrededor se cruzaban sables y machetes. Vio erguirse a su hijo Antonio, sangrando del cuerpo entero, y con diez hombres desbandar a doscientos españoles. Y a los viajeros que en nombre de la causa de Cuba la van a ver a Jamaica, les sirve con sus manos y los acompaña hasta la puerta.

María Cabrales, la esposa de Maceo, quien es una nobilísima dama, ni en la muerte vería espantos, porque le vio ya la sombra a la muerte muchas veces. No hay más culta matrona que ella, ni hubo en la guerra mejor curandera. Dijo en una ocasión, cuando faltaban mujeres en el campo de batalla: “Y si ahora no va a haber mujeres. ¿Quién cuidará de los heridos?” Con las manos abiertas se adelanta a quien la visita y le lleva esperanzas de su tierra. De negro va siempre vestida, pero es como si la bandera cubana la vistiese. ¡Fáciles son los héroes, con tales mujeres!

En Costa Rica vive ahora Antonio Maceo. De vez en cuando sonríe, y es que ve venir la guerra. Todo se puede hacer. Todo se hará a su hora. Y hay que poner atención a lo que dice, porque Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo. Firme es su pensamiento, como las líneas de su cráneo. Su palabra es de una elegancia artística que le viene de su esmerado ajuste con la idea. No deja frase rota, ni usa voz impura, ni vacila cuando lo parece. Ni hincha la palabra nunca ni la deja de la rienda. Pero se pone un día el sol, y amanece al otro, y el primer fulgor da por la ventana sobre el guerrero que no durmió en toda la noche buscándole caminos a su patria para hacerla libre. Con el pensamiento la servirá, más aún que con el valor. En el general Maceo son naturales el vigor y la grandeza.

Publicado por Chávez


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